lunes, 27 de mayo de 2024

Nada es permanente, todo es para siempre.
Somos un amasijo de células con miles de pares de bases nitrogenadas con un montón de información.
Y a la vez todo lo visceral.
Puro arte, pura maquinaria.
Improvisando el guión de este tragicomedia que es la vida.
Vivir en el consciente, en el dolor y nostalgia del pasado, en las esperanzas del futuro que cada vez son más pequeñitas y nos agarramos como si nos fuese el latido del corazón en ello.
Lo humano y lo divino.
Igual de únicos, ya lo he dicho muchas veces.
Me leo hace años y todo esto ya asomaba, ya latía, ya sangraba.
Me reconozco en cosas y me sorprendo en otras.
Me vuelvo orgullosa y humilde, con ganas de cometer errores cada vez más comedidos.
Todo eso que te decían de la edad no lo entendía bien.
Y lo que queda por entender.
Por fingir, por celebrar.
Bailemos otra vez.
Ya no voy a decirme que soy un monstruo.
Basta.
No tenían razón.
Lo hiciste lo mejor que pudiste.
Y te equivocaste lo mejor que pudiste.
Escucha a los demás sin dejar que te callen.
No pidas permiso para llorar.
Ni para aislarte, ni para decir que no puedes más.
Y achucha.
Por si acaso.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Suicidio y renacimiento

La primera vez que zarandee mis piernas sentada encima de la lavadora y pensé que no era normal, que nadie me quería, que era un monstruo y que debería quitarme la vida tenía 13 años.

La primera vez que me metí un bote de pastillas y empecé a vomitar lo que comía tenía 16. 

La primera vez que empecé a cortarme y a tener ataques de pánico por sentir que me querían abandonar tenía 18.

Para cuando había cumplido 24 ya no llevaba la cuenta de cuantos ingresos, borracheras, intentos autolíticos y golpes que me había dado.

Una parte incosciente de mi, de adolescente, me quería anclar a la vida, y por eso abrió este blog y quiso romantizar el dolor y hacerlo más poético, una vía de escape a toda la mierda que estaba viviendo.

Yo quería salvarme pero no podía. 

Pero me ha tocado dejar la prosa y empezar la vida real.

El suicidio no es una llamada de atención sino un grito desesperado al mundo, a tu persona, a la sociedad, al dolor, es el punto de inflexión en el que crees que nadie te puede salvar y te sientes tan jodidamente roto que no quieres vivir en la realidad que te ha tocado. 

Habrá quienes digan que tengo la piel muy fina. 

En el hospital me han dicho que tengo trastorno límite de la personalidad.

Un diagnóstico que hasta mis 34 años no ha servido más que para seguir sufriendo, porque nadie me explicó qué era realmente y yo no tenía ninguna herramienta para entenderlo.

Un tlp, sin haberlo pedido ni elegido, siente que sus emociones, las buenas y las malas (sobre todo las malas) le pueden y le hacen perder el control. 

Parece sencillo pero te obliga a fingir, a forzarte, a tragar a escondidas y luego cuando no puedes más, estallas y alguien lo ve, te juzga, te critica y te abandona y tú sientes que el mundo se te va a los pies y te haces un puntito diminuto y quieres morirte.

He pasado por muchos profesionales. Algunos me han ayudado y otros la han piciado y me han dejado peor de lo que estaba. Ahora menos mal que me han tocado dos maravillosas.

Un título de psicología es un arma de doble filo, el que estudia cree, con toda su buena fe, que esta aprendiendo a arreglar las mentes y a ayudar al desamparado, luego se da una hostia con la realidad de la enfermedad o el trastorno mental y empieza a seguir un manual que no tiene ni pies, ni cabeza, y cuando entras en consulta te suelta esas grandes gilipolleces de "para que te quieran te tienes que querer tú primero", "la terapia es un trabajo que tienes estar dispuesto a comenzar", "tienes que responsabilizarte de tu diagnóstico y hacer todo lo posible por ser normal".

Mis ovarios, anda ya.

Haz que la persona se siente, te cuente todas sus mierdas, deja que se exprese, valida lo que dice, déjala sufrir, porque validando ese dolor convertimos al tlp, al depresivo, al alcóholico, al ansioso y al squizo en persona. Y hay que trabajar con personas. El trastorno y/o la enfermedad son una parte de nosotros, pero no el 100%.

No necesitamos que nos justifiquen, que nos den palmitas, necesitamos reventar y cagarnos en todo lo malo que nos ha pasado, necesitamos que alguien nos diga que sí, que la vida ha sido una mierda, y joder qué mala suerte.

Necesitamos compasión, comprensión y respuesta para poder abrirnos y dar la posibilidad de curarnos.

Claro que tenemos que trabajar, muy duro, la hostia de duro, para salir de una crisis gorda y tenemos que aprender a autogestionar, a ser felices y funcionales.

Pero sino podemos en ese momento, hay que tener paciencia.

Y lo más importante, es aprender a ser felices.

Porque la sociedad nos aparta, nos deja solos, nos culpa de ser como somos.

La soledad a veces es peor que los cortes, que las pastillas.

Si te apartan o te apartas de los demás, se te muere parte del alma.

No quiero vivir si no es disfrutando y siendo feliz.

Lo suelto así, porque el trabajo y las responsabilidades ya las cumplo.

Pero por encima de todo, esta mi salud mental.

Y al que me ha intentado domesticar, juzgar y maltratar, que le den por ahí.

La vida ya le dará las hostias que yo no pude devolver.

Siempre pasa.

Todo pasa.

Todo es personal, más bien personal.

Bienvenidos de nuevo.