sábado, 17 de enero de 2009

Me encanta

Depositar la confianza en las manos correctas. Pero tengo la boca desencajada y un mareo horrible, como para confiar solamente en que si lo hago o menos bien, a un metro y medio, me dejaré caer en el sofá y será mi mejor amigo, depositaré mi cuerpo en esa mullida superficie y me dará mil y una vueltas la cabeza, si consigo centrar la mirada en un punto del techo sé que las arcadas disminuirán, que mi pulso se hará estable y quedaré dormida imaginando que estoy en otra semana, en otro viernes, apoyada en la pared, en la penumbra, entre luces rojas y verdes, sosteniendo la penúltima copa que voy a tomar, como si mi sed fuese eterna. ¿Sabes que veo allí cuando vuelvo? Que hay miles de personas que quieren formar parte de esa noche que tan bien conocemos. Y yo, que termino la velada totalmente ebria y sin saber siquiera dónde estoy, me siento de todo menos parte de esa comuna, sino como una nómada que se ha tomado un respiro de su viaje y necesita desconectar. Odio que la gente me toque la cara, pero adoro los abrazos. Y te miro desde la pared con media sonrisa y pienso en que te deseo, arrancándome la ropa. En el fondo sé que soy igual que ellos, pero me encanta destacar.

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