miércoles, 3 de febrero de 2021

No se habla de otra cosa.

Pandemia, mascarillas, crisis.

Trasnochar en casa, poco ruido.


Ya no hay multitud que arrolle.

No hay abrazos sin miedo.

Ni besos accidentales.

Ni "conozco un sitio, una más".


Ansiedad del bienhechor.

Corrupción de la libertad.

Madurez impuesta.


Antes, si me quedaba despierta toda la noche, a sabiendas de que si me entraba pánico, podría ponerme las deportivas y salir a andar muy rápido e inspirar profundamente el silencio de la calle.

Hoy mi única rebeldía es ir sin mascarilla del portal al coche a las cinco de la mañana, para ir a currar, e inspirar ese silencio mirando de reojo si viene policía.

A los bohemios, que no negacionistas, porque servidora no es estúpida, nos han jodido la vida.

Ya no podemos discutir del nihilismo durante horas en un café; entre lo políticamente correcto, lo responsable y el toque de queda, las reuniones son escasas, las cervezas caen rápido y sólo suspiramos deseando que todo acabe.

Que haya sido una pesadilla, un mal recuerdo.

Cómo es que en tan pocos años, el mundo ha cambiado tanto...