Un día desperté y vi que el tiempo dejó de pasar en minutos, ahora pasa en horas, de repente me di cuenta que echaba de menos cosas en las que no había reparado: como aspirar el olor de las flores, me he despertado en un mundo donde los olores se pagan y tienen nombre.
Pero me encanta acercarme a alguien y meter la nariz en su pelo o entre las clavículas, es como cuando te abrazan, me encantan los abrazos, el vapor del té cuando tengo enfrente a una persona a la que contarla algo, a todos nos gusta esa envolvente sonrisa de complicidad que incita a compartir cosas, de esas que solo se comparten en una mesa de un pequeño café con aires bohemios. Me gustan las manos, cuando las yemas se tocan suavemente.
Puedo conocer a una persona por sus manos, llevo años leyendo sus líneas: en todas pone lo mismo pero sabemos que lo que te hace especial es que te mire a los ojos y te diga que eres diferente, lo necesitas para arrancar. En cuanto se dilatan tus pupilas me vuelvo loca de curiosidad.
Complacer a la gente es así de fácil.