viernes, 11 de junio de 2010

Ciegos y mayores

Hacerse adulto no es otra cosa más que perder esa confianza ciega que de niños, nos hace subirnos a los árboles y perjurar que no nos convertiremos en lo que vemos de nuestros grandes y bobalicones semejantes. Pero un día te despiertas y te das cuenta de que, aún con la imaginación como compañera de viaje, aún a resguardo de la lluvia bajo un paraguas, tienes un muro infranqueable que los prejuicios y el paso de la vida han puesto a tu alrededor; algo te cohibe de soltar el paraguas y bailar bajo la lluvia, algo te cohibe de creer en las promesas, algo te dice, que nada es verdad, que no te lo están contando en serio, que en la caja tonta no hay más que mentiras, repiten continuamente las palabras libertad, esperanza, paz: mas todo ha perdido sentido. Ese poder, la natura de la virtud, esos pequeños exploradores conforman un paraíso, del que cuando sales, sabéis bien que no se puede regresar. Es una condena inútil sin embargo, puesto que la vida, es darse cuenta de que se está vivo, de que se respira, y lo más importante, de que hay un innegable final y el paso del tiempo, recae más que el engaño de creer hacerse sabio, maduro y con experiencia, es simplemente, un paso más hacia el fin.
Quiero confiar ciegamente, que aun no he avanzado ese telón que me separa de los sueños que algún día, pueden hacerse realidad.
Quiero creer, conforme a la pequeña vocación de activista, que uno, con las palabras, puede hacer muchas cosas.
Porque, hace muchos años, sentada en las escaleras, descubrí que con un folio y un lápiz, se podía crear un mundo mejor.