Hace mucho.
Después de haber repasado casi una década de tristeza, hedonismo, suicidio y promiscuidad, puedo plantearme si aún queda algo por contar.
Creo que la parte que sirve, mi tormento personal, el dolor transformándose en un código casi asimilable para mi psique y para vuestros ojos, ha quedado reducida a una piedra.
Una que pesa lo suficiente para recordar que convive conmigo siempre al acecho.
Pero volvamos a las palabras.
No sé si es la técnica, nunca he sido amiga de la prosa.
No sé si los grandes escritores la combinan sumiéndose en el tormento de por vida, renunciado a la felicidad para crear.
No sé si simplemente piensan que es ficción y siguen imaginando.
Mis palabras no han sido ficción, es lo que más asusta.
Eran yo.
Destruída, con el corazón aullando.
Al fin y al cabo, mi nombre, Anastasia, proviene del griego "anástasis"; y puede significar "resurrección" y a la vez es el descenso a los infiernos para volver a la vida.
Que paradoja.
Porque para salir a flote he tenido que meterme y bucear muy al fondo...
Estoy en un punto gris.
Es difícil, cuando tus emociones pasan de ser intensas y esclarecedoras a asomarse por debajo de la puerta, sin querer molestar demasiado.
Quieres soltarte, volver al tormento para sentir algo, pero a la vez quieres poder levantarte de la cama, y poder "funcionar" con normalidad.
Aunque no sepas qué significa.
Que aburrimiento.
¿Veis por qué no os cuento mi vida a bocajarro, sin más?