jueves, 21 de febrero de 2008

Y desperté...

La luz entró por la ventana, yo estaba sentada en la cama, con una sonrisa tonta y el pelo enmarañado, feliz, tremendamente feliz por haber despertado de un largo letargo de casi seis meses que me había metido en un mundo demasiado tentador para escapar por las buenas.
Me preparé un café, me metí a la ducha y releí mis escritos, todos los que tenían una parte de recuerdos compartidos, desperté de nuevo del letargo al que me someto cuando finaliza el verano. Sin nada a lo que pueda agarrarme, tremendamente desesperada, un hambre voraz de algo que ni yo misma intuía que podía ser. Ahora ya estoy despierta. Con fuerzas suficientes para no tener que escapar de la vida. Para enfrentarme a la luz del día y quemar todo ese montón de papeles lleno de absurdas declaraciones, de absurdas súplicas. Porque me fui, y eso es así, y puedo volver cuando cualquiera me pida que vuelva, pero no iré sin más, porque crea que quiero hacerlo. Porque me dormí y amanecí en este lugar, frío y con demasiada luz. Pude llorar sin que me doliese hacerlo, pude sonreír sin sentirme forzada a hacerlo, pude vaciarme del todo para dejar hueco a lo que venga... Sin ningún miedo.
Al fin desperté. ¿Quieres acompañarme?
Vamos, el mundo me está esperando...

sábado, 16 de febrero de 2008

Las apariencias engañan

Aquel día, caminé de puntillas, desnuda, desde la cocina hasta tu cama. Intenté buscar la ropa con la persiana bajada pero estaba demasiado oscuro.
Y ha pasado mucho tiempo.
Pero sigo buscando la ropa que me quitaste. Era la que mejor me quedaba...

Hay días en los que puedo ser incluso simpática, a veces no me resulta ningún esfuerzo, una pequeña vocecita habla por mí y la atención se torna a mi boca cantarina. Luego hay días en los que preferiría no salir de casa, ésos días mi voz es monótona, los ojos se tuercen hacia abajo y hago muecas como si fuera una naranja amarga a la que están pelando, salpico ácido por todos lados. Hay días en los que una cara plácida que me resulta familiar me llama a golpes por el espejo y me saluda intentando distraerme. Hay días en los que la cazuela me amenaza con silbidos y me advierte que ella tampoco tiene una vida feliz, se pasa la jornada entre fogones sin quejarse, yo me pongo triste y me dan ganas de llorar, entonces dejo la cuchara de madera sobre el mármol y empiezo a contarle que yo he perdido mi ropa, la que mejor me quedaba, no volveré a tener nada tan bonito. Porque hay días en los que compro alegrías a granel, pero se me caducan cuando ni siquiera las he usado. También hay días en los que me acurruco con otro par de pies y charlamos de todo un poco, hablamos de besos, de caricias, hablamos de cosas que pasan cuando un par de pies se acurruca con otro par de pies. Me cuentan que soy un par de pies diferente. Y luego se van, caminando, a cualquier parte.
Hay días que nada tiene sentido, días que pasan sin que el sol me salude, sin que pueda evitar que el recuerdo me persiga, días que me reduzco a una gota temerosa de evaporarse...
Pero pasan, y hay más días. Por las noches soy de risa fácil.
Para aparentar que no me importa seguir sin encontrar nada.