La luz entró por la ventana, yo estaba sentada en la cama, con una sonrisa tonta y el pelo enmarañado, feliz, tremendamente feliz por haber despertado de un largo letargo de casi seis meses que me había metido en un mundo demasiado tentador para escapar por las buenas.
Me preparé un café, me metí a la ducha y releí mis escritos, todos los que tenían una parte de recuerdos compartidos, desperté de nuevo del letargo al que me someto cuando finaliza el verano. Sin nada a lo que pueda agarrarme, tremendamente desesperada, un hambre voraz de algo que ni yo misma intuía que podía ser. Ahora ya estoy despierta. Con fuerzas suficientes para no tener que escapar de la vida. Para enfrentarme a la luz del día y quemar todo ese montón de papeles lleno de absurdas declaraciones, de absurdas súplicas. Porque me fui, y eso es así, y puedo volver cuando cualquiera me pida que vuelva, pero no iré sin más, porque crea que quiero hacerlo. Porque me dormí y amanecí en este lugar, frío y con demasiada luz. Pude llorar sin que me doliese hacerlo, pude sonreír sin sentirme forzada a hacerlo, pude vaciarme del todo para dejar hueco a lo que venga... Sin ningún miedo.
Al fin desperté. ¿Quieres acompañarme?
Vamos, el mundo me está esperando...
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