La mayoría de las veces me callo lo que pienso, porque si dejara saltar las palabras, tendrían motivos para despreciarme de verdad.
Y aquí, entre estas líneas, voy soltando balas a diestro y siniestro, igual esperando a que las reciban unos años después, cuando se hayan cansado de juzgarme y se den cuenta de que ya ni siquiera deseo que me miren.
Y lo único que pasa es el tiempo. Con hastío.
Pero ustedes, tienen la boca llena.
De sus opiniones pasadas de mano en mano.
De insolencia.
De ustedes mismos.
Y yo les miro, desde la distancia.
Preguntándome cómo es que, en vez de tirar piedras, nadie me da la mano.