lunes, 14 de abril de 2008

Los puntos suspensivos

Me va a reventar la cabeza. Y ella me llama vaga. Por soñar, por relamerme las heridas. Pero a las cuatro de la mañana, mientras pasa su fase REM soñando "asaberconquétampocomeimporta", yo me froto los ojos suspirando de angustia, ¿cúanto, cuándo duermo? Si bien acabo de conectar correctamente las neuronas. Depresión por soledad, ¿a qué coño viene eso? Con Madeleine Peyroux eso es imposible. Hace algún tiempo escribí en un cuaderno un confuso disparate, como memorias de un pasado mejor. Ahora, unas hojas más adelante, confío a tinta negra la lista de las elecciones de los cd's que tenía acumulados, escuchados con anterioridad de forma religiosa. Voy despidiéndome de la carga, los guardo con su nombre mal rotulado en una especie de maletín para futuros usos. Demasiadas cosas que hacer y tan poquitas ganas de hacerlas... Tengo mis escritos a punto. Él ya sabe de que escritos hablo. ¿Querrás saber lo buena chica que fui hasta ahora? No me imagino más. Me dormí unas siete horas, desayuné mirando por la ventana y me fumé un cigarro tras otro antes de meterme a la ducha. Él ya sabe lo que pasa a continuación. Tengo cinco días justitos...

sábado, 12 de abril de 2008

El placer es mio

De otra vez. De esos sábado noche, cerveza tras cerveza y cigarro tras cigarro, mirándote. Me aburres, tu cara adquiere una expresión dudosa, yo sonrío y sigues hablando, estoy demasiado borracha como para poner atención en lo que dices, pero no lo suficientemente como para pedirte que te calles, es la sensación permanente de sentirme flotando, apoyada ligeramente en la barra, descargando mi conciencia en el cenicero, me siento como una parte más del mobiliario, ni siquiera puedo concentrarme en la canción que está sonando, pero me llega el sonido del lavavajillas, de la maquina de hielo, del murmullo de todos ésos, que como nosotros están teniendo una conversación sin sentido. Es sábado noche, lo recuerdo. Debería buscarle, llamarle y decirle, ven, estoy bebida, tomemos la última y vayamos a la cama. Pero en frente mía hay una boca charlatana que no me deja escapar. Recorro con la mirada el resto del local, en busca de una cara amiga que me rescate de aquí, al final me rindo y le pido al camarero otra cerveza. La pagas tú, por pesado, aunque no creo que ni todos los botellines de la cámara recompensen esta pérdida de tiempo. Pasados diez minutos que a mi me parecen horas, aparece alguien por la puerta, salgo disparada a saludar, con el bolso agarrado de la mano. Suplico melosa, voy fuera, coge mi abrigo que te espero, y cuando salgo, ya no me apetece decirle nada, simplemente salgo a correr, con el botellín que no he pagado, por la calle.
He dicho mil veces, y esta una más, la última, que no pertenezco a nadie.