Como ex sóviet, no suelo meterme en berenjenales políticos dada mi compleja procedencia.
Madre moscovita, padre ucraniano cuya hermana residía en Israel cuando tuve el último contacto con él.
Mi postura siempre ha sido marxista, priorizando la social democracia lejos de la división nacional, territorial, racial, y mucho más lejos aún de la religiosa, con el ateísmo como la única opción saludable ante la mente racional humana.
Me da vergüenza la hemeroteca histórica que conozco.
Ningún acto bélico justifica la pérdida de vidas civiles, y las militares, son un acto de enmascarar un asesinato autorizado con fines económicos.
Lo que está pasando no es más que un reencuentro entre alianzas absurdas con la única intención de agitar a las masas, provocar el miedo de la pérdida del famoso “estado del bienestar”, una utopía cuál palo de zanahoria nos mantiene en una rueda de producción por y para seguir alimentando la violencia, hipotecando nuestra supervivencia y agachando la cabeza ante líderes corruptos e ineptos que se sientan en su trono de mármol comerciando con todos los recursos disponibles.
Mi teoría indica que la sublevación árabe acabará entre ellos mismos con una masacre, luego entraran a última hora, como siempre, EEUU a llevarse el mérito de la bonanza militar y para la guinda del postre final se iniciará una guerra a priori fría y luego como una patata caliente entre las potencias de las antiguas glorias “comunistas” y el neoliberalismo radical.
Espero que metan un petardazo a la Casa Blanca y al patrimonio del gilipollas de Trump y que se den cuenta de que es un país que han construido los inmigrantes y son los únicos capaces de mantenerlo.
Para acabar llegando al punto de partida: el mundo solo puede sobrevivir bajo una social democracia, sin conflictos nacionales, con la única bandera que vale: la libertad y el acceso a unos derechos mínimos.
Y sino, que me quiten de en medio, prefiero morir de pie que vivir arrodillada.